Transcurridos casi siete meses desde que el partido Morena inaugura el proceso electoral federal y local mexicano y, cuya culminación será el primer domingo de junio de 2024, no hay grandes sorpresas.
En primer lugar, la trascendencia del gran proceso comicial que marcará el destino nacional un sexenio más se encuentra marcada no solo para conocer la respuesta social a la conducción y administración de los asuntos públicos que el gobierno nacional encabezado por Andrés Manuel López Obrador, inició en diciembre de 2018.
También, el 2024 está destinado a ser la confirmación de dos grandes procesos políticos: la consolidación y nacimiento de un gran partido político nacional y la versión dramática del hundimiento del proyecto ideológico cultural dominante de 1929 a 2018, encabezado por PRI y PAN.
Desde el 11 de junio del año pasado, lo relevante en el proceso electoral nacional, es la fortaleza política interna que el partido Morena ha alcanzado. Es un organismo que ha ganado casi todo y estará alcanzando en cinco meses la consolidación como la más sólida organización nacional.
Por lo que a nadie extrañe que sus principales partidos aliados y, los recientes grupos políticos regionales integrados por exmilitantes de otras fuerzas partidistas, pronto se fusionen de manera orgánica a esta potencia electoral histórica.
La alianza iniciada en 2018 entre Morena, PT y PVEM deberá continuar después del 2 de junio ya en un espacio común. Con ello, también se estará haciendo historia. Los cientos de encuestas que se han levantado desde hace meses confirman su fortaleza partidaria.
Se le augura un triunfo con más del 60 por ciento del voto en la elección presidencial, que por décadas sabemos en nuestro país, es la elección que empuja en la misma dirección al votante a suscribir en el mismo sentido todos los diferentes cargos de elección: gobernaturas, congreso federal y local, además de ayuntamientos. Una vez más, no habrá transferencia de votos de una alianza a otra. Mucho menos cuando estará en la boleta electoral un partido como Movimiento Ciudadano.
Como se ha estado observando, al superar cada vez mejor los obstáculos tradicionales para definir sus candidaturas a ocupar puestos de elección, la organización morenista sale cada vez más fortalecida. Los mecanismos aprobados el año pasado por su Consejo Nacional han sido lo suficientemente eficaces para contener rupturas. Es labor y éxito de todo un equipo de trabajo descentralizado.
En otro balance se encuentra la alianza denominada recientemente Fuerza y Corazón por México, dirigida por un heredero empresarial y en donde se agrupan PRI, PAN y PRD. Estos partidos son aliados orgánicos desde 2012. Desde entonces han registrado para fines electorales, parlamentarios y políticos seis denominaciones. Cinco de estas en los últimos tres años (sic).
El desgaste de esta alianza no solo lo refleja la inhabilidad para darse un nombre definitivo sino la incapacidad para exhibir, mostrar o discutir una cultura partidista con claridad ideológica. Disponen como siempre, de una gama de asesores acostumbrados a difamar y difundir falacias que, por demás, ya no tienen éxito.
Como se comprueba en los miles de spots que elaboran y en sus declaraciones en los medios. Siguen disponiendo de un aparato relativamente poderoso de difusión ideológica pero fuera del control de los medios de televisión privada que las nuevas generaciones ya no ven y, en el manejo de la prensa tradicional más conservadora está ausente la posibilidad de socializar extensivamente sus pretensiones políticas.
Por ello, sus candidaturas son bastante endebles. En las posiciones de representación proporcional se evidenció la falta de unidad: el PAN está pasando por encima del PRI y PRD. De suerte que la alianza electoral puede llegar a ser bastante infructuosa si se está pensando en listas comunes para los cargos de mayoría o uninominales del congreso y ayuntamientos.
Sigue estando ausente una alianza gubernamental en los pocos estados que gobiernan. A nivel federal la alianza parlamentaria está ya quebrada ante la salida de ella de Movimiento Ciudadano y de múltiples representantes populares priistas.
La alianza prianista en los próximos meses tendrá más problemas a nivel local, pues el grado de centralización partidaria que tienen en algunas entidades hace casi imposible un acuerdo entre ellos para definir candidatos en ayuntamientos, principalmente. Esto ya se comprobó en Coahuila y Estado de México donde los panistas no apoyaron a sus aliados priistas. La ausencia de solidaridad electoral debilita gradualmente a esa alianza.
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